En 1038 Chi Pu Tei, un profesor de arqueología en la Universidad de Beijing, llevó a algunos estudiantes en una expedición para examinar una serie de cuevas en las montañas Baian-Kara-Ula, del Himalaya. Las cuevas parecían haber sido artificialmente talladas; eran un complejo sistema de túneles y bodegas subterráneas. Las paredes eran de cristal, como cortadas con láser. Dentro de las cuevas había antiguas tumbas dispuestas en forma ordenada, y en éstas yacían los restos óseos de personas extrañas. Los esqueletos, que mide un poco más de 1,30 m, son de cuerpos frágiles y calaveras desproporcionadamente grandes.
En las paredes, los símbolos: el Sol, la Luna, las estrellas y la Tierra con líneas y puntos que conectan con ellos.
Los cuerpos estaban acompañados por 716 discos tallados con jeroglíficos, fechados entre 10.000 y 12.000 años. Los discos son de granito, con altas concentraciones de cobalto y otros metales; una piedra muy dura para tallar. Cuando se probó un disco con un oscilógrafo se registró un ritmo de oscilación sorprendente como si, en el pasado, hubieran sido cargados eléctricamente o hubieran funcionado como conductores eléctricos.
Aún perviven sus descendientes.
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